viernes, 1 de abril de 2011

QUIÉNES SOMOS. BELÉN QUEJIGO

“Tampoco yo le he advertido de que a su edad no se debe leer tanto, ni beber tanto, ni ver tanto cine, para que luego de viejito, no se le acumule a uno el apetito amoroso”.JUAN GARCÍA HORTELANO. El gran momento de Mary Tribune.








DE LA ACADEMIA A LA BOHEMIA Y MÁS ALLÁ (pendiente de publicación en el número 6).

Dejaba la facultad y vagaba por el DF como un duende (me gustaría decir como un hada, pero faltaría a la verdad). Vivía, en una palabra, con mi tiempo, con el tiempo que yo había escogido y con el tiempo que me circundaba, tembloroso, cambiante, pletórico, feliz (…) la vida estaba cargada de cosas maravillosas y enigmáticas (…) era un tiempo puro, ni verbal ni compuesto de gestos y acciones y entonces me vi a mí misma y vi al soldado que se miraba arrobado en el espejo, los dos quietos como estatuas en el baño de mujeres de la cuarta planta de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y eso fue todo.(…) Y supe lo que tenía que hacer. Yo supe. Supe que tenía que resistir.

ROBERTO BOLAÑO, Los detectives salvajes, FCE, Ciudad de México, 2010.

A la memoria del profesor Bolívar Echeverría[1]



Las clases de Bolívar tenían la belleza de lo que rechazan: una mañana de fiesta[2]. Había que acudir muy temprano al salón donde se mezclaban Duchamp, Godard, Brecht, Cocteau, Max Ernst o Genet porque, de lo contrario, ni siquiera el democrático suelo era suficiente. Ahora sé que al llegar disimulaba una oculta alegría de ver, en los tiempos que corren, un aula repleta de alumnos dispuestos a escuchar poesía y de detener, aunque fuera nada más que un momento, el imperdonable ritmo de la Historia.

Una vez allí, desde donde todos podíamos casi tocar el mural de la biblioteca central de la UNAM, nos permitíamos alguna que otra licencia poética. Discutíamos sobre la validez y vigencia de las tesis de Marx, sobre la importancia de la vanguardia, sobre el cine político de Godard, sobre la obra de Brecht, sobre el “tiempo del ahora” de Benjamin, sobre el pesimismo de Adorno, sobre la existencia festiva y su contrario: el modo productivista y pragmático de la misma. Buscábamos un alma buena en Sezuan.

La fiesta, decía Bolívar, suele entenderse como un hecho secundario dentro de la vida normal, como un acto de catarsis en el que ella se deshace más o menos periódicamente de la energía bruta o salvaje que ha sobrado y se ha acumulado después de la represión a la que debe someterle la vida civilizada a fin de garantizar la vigencia de sus formas normales. Sin embargo, existe cierta desnaturalización pues, en la existencia festiva, el ser humano parece encontrarse fuera de sí mismo, si se supone que el estar en sí mismo, que sería lo más deseable, corresponde exclusivamente a la existencia entregada por entero a la actividad mecánico-reproductora de la especie (…) la existencia festiva se desentiende de los ritmos mecánicos del movimiento pragmático y se atiene a otros donde el telos y las normas de la existencia se encuentran abolidos y fuera de vigencia, reemplazados temporalmente por otras instancias imprecisas (…) la existencia festiva consiste en un simulacro[3]. Este tipo de trance que sólo encontramos en la escena imaginaria forma parte de la atmósfera de lo posible que permite renovar un aire ya de suyo enrarecido, permitiendo una ruptura virtual y pasajera del modo ordinario de la existencia humana. Es como “lo otro” de lo establecido, pero sin llegar a ser su contrario. Es, por utilizar unas palabras deliberadamente inadecuadas, la parte necesaria que estalla tras represiones, domesticaciones y saturaciones varias, que amenaza, no obstante, con salir de su caverna haciendo estallar lúdicamente ese círculo de rutinas, en una versión íntima de lo que podemos llamar, con Nietzsche, la vida como obra de arte. De ahí nace el eterno retorno de lo diferente, del no querer esa existencia pragmática que nos ahoga sino más bien querer aquello con respecto a lo cual se quiere al mismo tiempo su eterno retorno[4], como imperativo a-categórico de la existencia desde su consecuencia puramente estética que rompe el continuum funcional que caracteriza a todo espacio dominado por los dispositivos pragmáticos propios de la sociedad capitalista. La dimensión lúdica y festiva como “lo otro” no deja de ser el afuera de la visión rutinaria y, aunque extraño de algún modo, indispensable a ésta para poder continuar. (Y aún me gusta acordarme de esas frases de Foucault: hay que continuar, no puedo continuar, hay que decir palabras mientras las haya, hay que decirlas hasta que me encuentren, hasta el momento en que me digan –extraña pena, extraña falta- hay que continuar, quizás ya está hecho, quizás ya me han dicho, quizá, me han llevado hasta el umbral de mi historia, ante la puerta que se abre ante mi historia: me extrañaría si se abriera[5]).

¿Pero qué le queda entonces a la subjetividad si está escindida entre una existencia crónica fisurada de cuando en cuando por la festiva? ¿Nada? Sería demasiado fácil entregarnos sin contemplación al abismo. Más bien, lo que queda, lo que insiste y subsiste detrás de la dialéctica de la existencia moderna es estar constantemente creando, en devenir –en el ir y venir- de un determinado momento de la historia para construir, desde y con ella, una nueva posibilidad -una nueva fiesta- que irrumpa y problematice la línea que separa lo pragmático de lo festivo. Sólo al borde de ese límite, sólo cuando se ve el alcance de éste como frontera no natural, puede ampliarse, transgredirse, reformularse, devenir-otra, y plasmarlo–contar otro relato, incluir otro sentido más-, pese a que no se considere digno de ser narrado. Y, de ese modo, llevar el pensamiento, como diría Bolívar, de la Academia a la Bohemia y más allá con anotaciones para un materialismo claramente aleatorio.

Este es un deseo que se nos ha sido negado sistemáticamente durante demasiados años.[6]

Madrid, Marzo de 2011



[1] Bolívar Echeverría (1941-2010), filósofo ecuatoriano y profesor emérito en la Universidad Nacional Autónoma de México, fallecido en junio del año pasado, nos dejó una amplia obra en nombre propio rescatando la problemática heideggeriana así como el legado de Walter Benjamin, Adorno y Marx. Una de sus tesis más importantes podemos encontrarla en El ethos barroco donde habla de una concepción moderna de la cultura y de la teoría crítica. Nuestro texto ha elegido el título de su último artículo y las últimas palabras de su última clase para rendirle un pequeño homenaje. Ápeiron esperaba contar con una entrevista en éste u otros números posteriores.

[2] DELEUZE, G., Foucault, Barcelona, Paidós, 2010, pág. 21.

[3] ECHEVERRÍA ANDRADE, B., De la Academia a la bohemia y más allá, Ciudad de México, Editorial Universidad, pág. 13.

[4] DELEUZE, G., La isla desierta y otros textos, Valencia, Pre-textos, 2007, pág. 189.

[5] FOUCAULT, M., El orden del discurso, Barcelona, Tusquets, 2008, pág. 12.

[6] PARDO, J.L., Nunca fue tan hermosa la basura, Galaxia-Gutenberg, Barcelona, 2010, pág. 220.

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